El miedo, ¿una emoción paralizante o empoderante?
“El ser humano es naturalmente curioso, pero no temeroso”.
Elisabeth Gawain
Entonces, si lo natural es no tener miedo, ¿Por qué tenemos tantos miedos? ¿De dónde viene nuestro miedo al fracaso, al rechazo, al éxito, a la desaprobación, a no ser suficiente, a no estar a la altura, a no ser querido, a no ser bueno, a ser abandonado, etc.?
Un niño nace únicamente con dos temores naturales: el miedo a caer y a los ruidos fuertes. El resto de los miedos que tenemos como adultos, son adquiridos. Nuestra cultura, contexto social y familiar nos trae innumerables miedos, que vamos tomando como propios a medida que vamos creciendo. Todo ello se va instalando en nuestra psique a través de creencias muy profundas, a las que no siempre tenemos acceso directo.
A parte de estos miedos que recibimos como heredados, el ser humano en su experiencia vital va desarrollando nuevos miedos, producto de su propio condicionamiento frente a situaciones con las que se va encontrando en su día a día. Muchos de estos nuevos temores pueden estar alimentados por situaciones emocionales heredadas, pero también por experiencias traumáticas a las que ha estado sometida la persona en su propia vida. En mi caso, tuve de muy jovencita miedo a conducir.
Tras superarlo, tuve un accidente que volvió a condicionarme. Más adelante descubrí que mi abuela y mi bisabuela le temían ya al carro. Aunque reconozco que ha sido un camino difícil, hoy día puedo decir que es el mejor camino transitado, por todo lo que me ha permitido crecer y descubrir. Hoy día, conduzco a diario y, por lo general, disfruto de ello.
¿Quieres saber más sobre el miedo?
Según Hellinger, el miedo puede presentarse como un sentimiento primario o secundario. Cuando se trata de un sentimiento primario se refiere a un sentimiento que aparece producto de una situación presente, en la que el miedo tiene una causa real y, por lo tanto, cumple una función protectora y necesaria para la persona, permitiéndole tomar buenas decisiones y ser más creativa. Siguiendo a Hellinger, este manifiesta que en “los sentimientos primarios siempre hay solución” y las personas que son capaces de percibirlos “son fuertes” y suelen estar “con los ojos abiertos”. Se tratan de sentimientos “breves”, de los que uno” siempre se puede fiar”.
El problema es que estamos pocas veces en el momento presente, siendo conscientes de las emociones que vibran en nosotros a cada instante. Tendemos a irnos al pasado, recordando situaciones pasadas que activan nuestro malestar, o al futuro, prediciendo lo que puede pasar más adelante y creando un miedo innecesario y no fundado. Con ello, nos perdemos las emociones primarias, que, a la vez, sino las soltamos, se van a quedar en alguna parte de nuestro cuerpo, creando algún síntoma y quizás a la larga una enfermedad.
Estos sentimientos secundarios, de los que habla Hellinger, serían las emociones no asociadas a una situación concreta actual y que aparecen en el presente de forma desproporcionada. Se trataría de emociones que debilitan a la persona, ya que un pequeño incidente puede conectar a la persona con una idea trágica, que hace aumentar la dimensión del problema y verse incapaz de tomar una decisión que la lleve a la acción resolutiva.
Muchos de estos sentimientos tienen que ver con emociones que en la infancia fueron prohibidas. Si en la infancia no pudimos expresar el miedo o la rabia, por no ser tolerada y sostenida en nuestro entorno, vamos a ir tapando esa emoción con otra secundaria, que nos va a desconectar del presente y hacernos mucho más difícil la adaptación a una situación determinada.
Ahí, la emoción secundaria aparece como un mecanismo defensivo de la primaria. Tal como explica Hellinger, los sentimientos secundarios, surgen “para rechazar los sentimientos primarios” y “evitan actuar… solo se pueden tener cerrando los ojos, así no tengo que mirar la realidad… Aparecen de forma dramática, ruidosa, con llanto. Aquellos que los presencian no sienten compasión. Se sienten mal porque a la vez notan que no hay nada que hacer. …no se los trata de solucionar… si los quieres solucionar tienes que ir al sentimiento primario que hay detrás”.
Siguiendo a Hellinger, existen otro tipo de emociones adoptadas, que son las que proceden de la identificación inconsciente con nuestros ancestros. Ello explica el caso de algunas fobias, que aparecen en el individuo sin una causa ni razón aparente, sino como una herencia emocional.
Este tipo de miedos se solucionarían aclarando el contexto del que proceden y eligiendo soltar aquellas emociones que no nos pertenecen. RubertSheldrake contribuyó a la explicación de este fenómeno gracias a la Teoría de los Campos Mórficos, según la que más adelante Hellinger confirmó con las constelaciones familiares, constatando la existencia de vínculos imperceptibles para el ser humano que nos llevan a comportarnos de un modo determinado, dependiendo de patrones sucedidos con anterioridad, principalmente en nuestra familia.
En el siglo XX, producto de la sociedad del bienestar y la abundancia, se creó la ilusión de una vida sin miedos ni situaciones traumáticas. Hoy día vemos que ello no es posible y que, lo queramos o no, el miedo forma parte del crecimiento humano. Todos tenemos o hemos tenido miedo en algún momento de nuestra vida, lo cual no quita que sea una de las emociones que más nos desestabilizan y, por lo tanto, una de las que más tememos.
Si vamos a nuestra experiencia concreta, podemos tomar la clasificación que autoras como Luz Rodríguez realizan en cuanto a los niveles del miedo. En este caso, existen varios niveles del miedo, algunos más accesibles a la conciencia o más evidentes (miedos de superficie) y otros más profundos, de los que no siempre tenemos conciencia a priori.
Los miedos superficiales, que vamos sintiendo a menudo en nuestro día a día tienen que ver con situaciones de preocupación que se generan en relación con el trabajo, las relaciones, el dinero, la salud, el envejecimiento, la aceptación y la pérdida.
El segundo nivel del miedo está asociado a estados profundos de la psiquis que tienen que ver con creencias fuertemente arraigadas sobre uno mismo (por ejemplo, el creerse inferior al resto de personas). En estos miedos más profundos existe un GRAN MIEDO, el verdadero miedo, que es la causa de todos nuestros miedos. Este sería el miedo a la muerte.
El miedo se manifiesta de varias formas en nuestro cuerpo físico y emocional. El Dr. David R. Hawkins lo define perfectamente en su libro: “Dejar ir”, en el que establece una gradación desde las formas más simples a las más extremas manifestaciones del miedo, como la preocupación crónica y la paranoia.
El miedo se puede manifestar desde un ligero malestar e incomodidad a tornarse más grave, volviéndonos “asustadizos, cautelosos, tensos, tímidos, inexpresivos, supersticiosos, desconfiados, inseguros, temerosos y suspicaces. En estos casos, nos sentimos bloqueados, a la defensiva, atrapados y amenazados, culpables y llenos de pánico escénico”.
¿Qué nos pasa con nuestros miedos? ¿Por qué nos resulta tan difícil manejarlos?
Sea cual sea la procedencia del miedo,” el miedo se relaciona con la supervivencia, por lo que la mente le concede un trato especial” Dr. David R. Hawkins. Las características de esta emoción, junto con la escasa educación emocional que hemos recibido, influyen en que cuando esta emoción aparece en nuestro cuerpo queramos borrarla y hacerla desaparecer a toda costa.
Desde ahí, y sin ser prácticamente conscientes, nos vamos relacionando con el miedo de una forma represiva, y como todo lo que se reprime, al final acaba oprimiendo y saliendo a la superficie de la forma más inesperada e insospechada.
Cuanto más enterrado y escondido permanezca el temor, más difícil será poder traerlo a la luz y resolverlo, puesto que nos habremos desconectado de la causa principal de nuestro miedo. Cuando ello sucede, nuestro miedo se convierte en un punto completamente ciego, que, si alguien nos hace referencia a él, negaríamos a morir.
Deshacer todo este embrollo y encontrar la causa principal de nuestro malestar no siempre es fácil y generalmente requiere de un acompañamiento terapéutico en el que la persona pueda sentirse segura, para ir entrando poco a poco en la raíz con mayor grado de confianza.
Luz Rodríguez habla de la evitación, como un aliado de nuestra inconsciencia. Según Luz, “nuestras emociones nos indican que debe existir un movimiento y existen para que sigamos dicha movilización”.
Si tenemos la creencia de que la ansiedad y el miedo es algo malo, vamos a luchar con nuestro mundo interno, buscando aplacar cualquier sensación que nos indique la presencia de esta emoción. Como esta teoría indica, la evitación del sentir emocional comporta tres consecuencias:
- Disminuye nuestra inteligencia vivencial: El hecho de perder el contacto con nuestras emociones, aumenta la probabilidad de repetir comportamientos que nos llevan a los mismos errores, sin tomar el aprendizaje de la experiencia.
- Perdemos la conciencia de lo que estamos evitando, lo cual contribuye a dar “palos en ciego” con nuestras acciones, perdiendo la libertad que nos da el poder ver las situaciones con claridad.
- Impide la evolución de la persona hacia conductas más positivas y orientadas por los propios valores personales.
Siguiendo con Hellinger, y rescatando algunas de las ideas que desarrolla a través de las constelaciones familiares, podemos establecer un mimetismo entre el sistema como familia y el ser humano como un sistema en sí mismo. De ahí, se pueden establecer varios paralelismos:
- De la misma manera que “es posible una felicidad plena cuando todos los que forman parte de mi familia tienen un lugar en mi corazón”, es necesario integrar todas las emociones en mi experiencia vital si quiero lograr una vida con mayor significación, que me proporcione elecciones conscientes que me permitan vivir de acuerdo con aquello que verdaderamente deseo y me hace vibrar.
- La “exclusión u olvido de algún miembro del sistema familiar, empieza en nosotros una búsqueda, puesto que sentimos un vacio. Esto es una de las causas que en ocasiones nos lleva a la adicción”. De la misma manera, el excluir algún tipo de emoción, nos conecta inevitablemente con el vacío, con la sensación de que algo falla en nosotros y que no logramos entendernos.
El no poder hacer contacto con nuestro mundo emocional al completo, nos puede llevar a buscar en algo externo la satisfacción de nuestras necesidades, quedando atrapados en la dependencia emocional hacia personas o sustancias, de las que dependamos para obtener una “falsa” estabilidad. Así como en ocasiones “se excluye al miembro de la familia que se ve como una carga, a alguien de quien queremos librarnos”, es fácil que excluyamos al miedo, puesto que solemos verlo también como una carga.
- Por lo general, queremos librarnos de lo que nos duele y de lo que nos enferma, de modo parecido a como nosotros o nuestra familia nos queremos librar de una persona. De hecho, muchas enfermedades, que a la vez conectan con la exclusión de alguna emoción, representan a personas de las que nosotros o nuestra familia no queremos ver.
- En numerables ocasiones, los niños nos traen, con su emocionalidad, aspectos negados del sistema, entre ellos el miedo. Hasta los 7 años el pensamiento del niño es egocéntrico, lo cual le lleva a intuir que todo lo que sucede es por su culpa. Desde ahí y guiado por el “amor ciego” a papa y mama, decide buscar soluciones trayendo con su comportamiento, a veces tildado de “difícil” por parte de sus padres, a los miembros excluidos del sistema. Una vez más, bajo la tendencia a la negación, intentamos acallar aquello que nos muestra el niño tachando su conducta como algo “malo”, sin ver el reflejo de lo que ello representa.
- Todas las acciones que emprendemos están guiadas por el amor, incluso aquello que a priori no nos parece tan bueno. SI fuéramos capaces de situarnos desde esta mirada, podríamos “mirar hacia dónde el niño mira, iniciando un movimiento curativo que liberaría al niño, porque los demás podrían empezar a mirar ahí donde deben mirar. El niño ya no necesitaría salvar a papa o a mama, porque papa y mama mirarían hacia dónde deben mirar. Ahí mejoraría el comportamiento de este niño tildado como rebelde o difícil, pero es necesario que papa y mama se sitúen como grandes frente a la situación que el niño les muestra, asumiendo su responsabilidad frente a ello.”. Si los adultos no miramos al miedo, los hijos lo harán por nosotros. En el momento que lo empezamos a mirar, el niño deja de hacerlo.
“Una vibración más elevada, como la del amor, tiene un efecto curativo sobre la vibración del miedo, mucho más baja. El amor cura el miedo”.
Jerry Jampolsky. Amar es liberarse del miedo. bien
¿Cómo podemos lograr soltar nuestros miedos y estar más sintonizados con la confianza y el amor?
Coraje viene de la palabra corazón. Si logramos incluir todas las emociones (incluido el miedo) y darles un lugar en nuestro corazón, nuestro coraje empieza a crecer, empezando a llenar el vacío que justamente en muchas ocasiones sentimos desde nuestro corazón. Al poder abrazar todas esas emociones desde nuestro corazón, podemos empezar a abrazar a todos nuestros ancestros, que previamente no tuvieron un lugar y que, por lo tanto, habíamos desterrado de nuestro corazón.
De hecho, si somos capaces de identificar aquella persona con la que en primer lugar experimentamos el miedo y traerla a la “luz”, es probable que algo tenga que ver con “el excluido”. Su no reconocimiento del miedo hizo que proyectara lo desconocido ante nosotras, transmitiéndose así el sentir emocional del miedo, que más tarde nosotras volveríamos a apartar de nuestra conciencia formando ello parte de nuestra “sombra” no reconocida, repitiéndose así el patrón. Y así hasta nuestros descendientes, hasta que finalmente alguien del sistema consiga darle un lugar, tanto al excluido como al miedo, y este deje de tener la carga negativa que se le asocia.
Carl Jung llamó la “sombra” a esa zona que no queremos admitir de nosotros mismos y que vamos proyectando hacia afuera, atribuyéndola a nuestros padres, hijos, pareja, amigos, políticos, nación… y al mundo en general. Esa parte acaba constituyendo el inconsciente colectivo, dónde se sitúan todas nuestras ideas de lo no permitido en nosotros mismos y que queremos combatir en los demás. Según Jung, sanar nuestro yo implica reconocer nuestra “sombra”, tomando conciencia de los pensamientos e impulsos que están en lo más escondido de nuestra psique y que también forman parte de nosotros. Solo así dejarán de dominarnos. De hecho, una de las cosas a las que más tememos es a la propia intimidad, puesto que es ahí donde más nos reencontramos con nuestra “sombra”.
Como podemos concluir con todo lo previamente expuesto, todas las personas llegamos a la vida con grandes influencias previas, lo cual no quita que estas puedan transformarse, situando el valor de lo vivido, como punto de anclaje de dónde tomar los recursos para iniciar un camino de transformación, dejando un legado para los que vienen después mucho más limpio y libre. Tal como decía Ghandi: “Tú mism@ debes ser el cambio que deseas ver en el mundo”.
El poder transformar internamente toda la energía rechazada del sistema, facilitará el que esa energía pueda convertirse en un impulsor de acción hacia algo nuevo. Nuestros pensamientos y sentimientos internos crean circunstancias externas: Así como el miedo es un imán que nos atrae a las cosas que más tememos, el empezar a ver las situaciones con amor y agradecimiento a lo que es y fue, incrementa este sentimiento en nuestras vidas. “A medida que abandonamos sistemáticamente nuestros temores y resistencias y los entregamos, la energía atada al miedo se vuelve disponible para brillar como energía del amor”. Dr. David R. Hawkins.
Antes de poder hacer un trabajo al respeto y saber cómo tratar y liberar cada tipo de miedo, es necesario saber de dónde proceden y a que registro pertenecen. Una de las primeras reglas para vencer el miedo es reconocerlo, aceptarlo y mirarlo de frente, para posteriormente entender su mensaje y sacar provecho de él, tomando el aprendizaje que nos trae. Venga de donde venga la experiencia del miedo, no se trata de enfrentarse con la emoción y de lucharla, sino de ver cuál es el mensaje que hay tras esa situación que asusta, para poder mirarlo y abrazarlo desde la calma y, poco a poco, ir ganando la fuerza suficiente para acercarte a él con sentido. Aun así, puede que ese miedo siga existiendo, pero el poder darle un sentido te va a permitir relacionarte con el desde una observación no reactiva, pasando de una posición de indefensión a una posición de poder, desde la que vas a poder recoger el regalo que trae.
“Desaprender el temor conlleva un fuerte deseo de ser libres, una voluntad de reentrenarnos y paciencia”. SuePatton. El coraje de ser tu misma.
¿Qué vamos a lograr si elegimos pasar a través del miedo?
Cualquier tipología del miedo, incluso el trauma es un portal al amor y a la creatividad, una oportunidad para poder darte cuenta de todo el potencial de fuerza que existe en el ser humano. Cuando logramos sanar nuestros miedos podemos experimentar las metaemociones de las que habla Hellinger. Se trata de unos “sentimientos superiores, de pura fuerza, valor, paz, alegría, humildad y asentimiento al mundo tal como es”. Ese es el gran regalo del miedo, cuando logramos soltar el gran miedo, ese miedo a la muerte, y dar sentido a nuestra vida. Entonces dejaremos de “estar atrapados entre el miedo a vivir y el miedo a morir”. Dr. David R. Hawkins.
“La corriente de la vida y la muerte es la misma corriente. Hay una inmensa belleza en todo esto” (Hellinguer).
Si fuésemos capaces de poner en una balanza la energía empleada en la conservación del miedo y la energía necesaria para elegir soltarlo, la decisión estaría clara. La energía que se necesita para reprimir el miedo y crear barreras de protección es mucho más elevada que la que se necesita para abrirse camino a través del miedo. Esta segunda opción nos garantiza la recompensa y energía de forma inmediata, lo cual nos anima a seguir por este camino. Solo se trata de empezar y proponernos cambiar nuestros hábitos, dejando de alimentar la fantasía de que el miedo nos mantiene con vida y nos protege de la vulnerabilidad. La realidad es que el temor sostenido en el tiempo es el mayor veneno para el cuerpo, llevándonos a la enfermedad e incluso a la muerte.
Descubrir el poder del miedo si este lleva mucho tiempo instalado en nuestro inconsciente puede ser complicado sin el acompañamiento profesional, puesto que es fácil que, si no vamos entrando en él desde un entorno seguro y sin juicio, que pueda dar lugar a esas emociones negadas y no contenidas anteriormente, el miedo nos vuelva a paralizar.
“Dejar que otros nos nutran o soporten en ciertos momentos nos ayuda a sanar más deprisa. Una fachada dura alienta la represión, no la curación. La primera nos encarcela, la segunda nos hace libres” SuePatton
¿Qué puedes hacer para empezar a soltar el miedo que te paraliza?
- Dar lugar al excluido y al miedo: acoger con amor en nuestra alma y en nuestro corazón lo que nos duele y lo que nos enferma. Mirar al miedo y al ancestro excluido y decirle: “te veo, te respeto, te doy un lugar en mi corazón”. Dar las gracias a nuestro cuerpo por disponer de este mecanismo de alarma que a la larga nos puede volver a la vida desde nuestro máximo potencial.
- Despertar el conocimiento interno para poder ver al miedo como algo que tenemos en un momento dado, no como algo que somos. Somos mucho más que nuestros sentimientos y emociones. Si aprendemos a escuchar nuestro cuerpo y confiar en él, veremos como bajo nuestros estados emocionales hay algo más profundo. Desde ahí podremos conectar con nuestro ser más esencial, con esa parte de nuestro interior dónde todo fluye correctamente.
- No reaccionar frente al miedo, sino situarse como observador externo frente a él, centrándose en la acción que se está desempeñando a medida que permitimos la expresión emocional del miedo en nuestro cuerpo, viéndola como una catarsis, como algo necesario en un momento dado.
- Cuando sientas el miedo, instala actitudes de seguridad y confianza, que te permitan vivir el miedo desde una actitud de empoderamiento, repitiéndote a ti misma “puedo sentirlo” a la vez que sigues firme a tu propósito.
Sonia Esteve Roig